El tiempo de cocción dependerá del tamaño de las piezas sumergidas en el agua, pero se observa perfectamente el cambio de color de las mismas y siempre podemos sacar una pieza y comprobar su punto. Si está hecha la sacamos y si no lo estuviera la podemos devolver de nuevo al baño de agua hirviendo.
Tras cocerla, resulta una buena cosa sumergirla en agua con abundante hielo y sal marina. Al contrario de lo que pueda parecer, no sazonará nunca en exceso nuestras piezas de pescado.

Después seca y corta las piezas en tiras gruesas. La longitud debe ser lo más aproximado a la altura del bote donde vayamos a hacer la conserva y el grosor lo da la pieza de ventresca. El corte es bueno hacerlo en el mismo sentido de las fibras de músculo de la ventresca. Si no entiendes bien este concepto, sigue la línea (las rayitas que dibujan la superficie de la ventresca).
Introduce las tiras de ventresca en el bote de cristal bien límpio junto con unos granos de pimienta. Yo lo hago con pimienta roja. Unos cuantos ajos aplastados con la hoja del cuchillo y un par de hojas de laurel.
Por último cubro hasta el borde con aceite de oliva suave. Se puede hacer también con aceite de girasol.
Dura bastantes días si está bien cubierto, pero si quieres conservar por mucho tiempo tendrás que recurrir a tarros de cristal bien esterilizados y a técnicas de conservación que hoy no vienen al caso.
Para degustar esta exquisita ventresca bastará abrir el bote, sacar alguna pieza y sazonarla debidamente. Aunque parezca mentira después de cocer con sal y enfríar en agua con sal, seguirá estando algo sosa. Así al natural acompañada de unas aceitunas, unas almendras tostadas o unas guindillas es un plato delicioso. En ensaladas, con pastas, con arroz, como relleno. Infinidad de platos se me ocurren, pero tal cual, al natural es como más se disfruta de su delicado sabor.